17 de noviembre de 2012

La rosa y la coneja

Una hermosa rosa vivía en un pequeño rosal. Había nacido como la más bella de sus hermanas y adoraba ser apreciada por todos aquellos que pasearan por su jardín. Pájaros, mariposas, abejas y animales todos la admiraban y elogiaban sin parar.

Una tarde una coneja blanca se escabulló en el jardín escapando de una jauría de perros. Estaba hambrienta, sedienta y cansada y decidió reposar mientras se escondía en la parte inferior del rosal. Comió un poco de pasto, bebió rocío fresco y poco a poco se calmó hasta quedarse dormida. Pero solo fue un momento, porque pronto una voz la despertó.

-Señora coneja, por favor, vaya a dormir a otra parte. Usted no encaja con este entorno, está desaliñada, embarrada y desnutrida. ¿Acaso no se da cuenta de que este rosal solo tiene rosas hermosas? ¿No ve que está hablando con la más hermosa de todas? Le ruego, vaya a otro lugar. No la quiero ver por aquí.

La coneja se desperezó intrigada y salió unos momentos de su escondite para conocer a su interlocutora. En efecto, la rosa era realmente hermosa. Sin embargo, se notaba que su esplendor había pasado hace tiempo, sus hermosos pétalos ya comenzaban a marchitar.

-Hermosa rosa, tenga piedad. He escapado tres días de esa jauría y mis hijos me esperan en mi hogar. He visto la muerte de cerca en mi huida y ya no puedo seguir corriendo más. Por favor, déjame quedarme oculta contigo y tus hermanas.

La coneja le rogó y suplicó, pero pronto todas las rosas del rosal se negaron a que se quedara. Reclamaron y pelearon, armando un lío de proporciones. Tal fue el barullo que el agudo oído de los perros pudieron escuchar a las rosas discutir, dirigiéndose raudos en esa dirección.

Al sentirse atrapada la coneja replicó a la rosa: -Solo pedí ocultarme a tu amparo y tú te negaste por mi aspecto. Mi muerte está próxima, ya lo sé, no puedo correr más. Mis hijos vivirán sin madre y yo desapareceré de este mundo. Pero tú también sufrirás este destino. Ya estás perdiendo tu belleza, tus pétalos se marchitan. Pronto tus hermanas se avergonzarán de ti y se moverán para que caigas más rápido del rosal. Tus pétalos secos se los llevará el viento y nadie llorará tu partida- y, diciendo esto, la coneja se alejó del jardín.

Los perros la cazaron a unos cuantos metros, llevando al fin el apreciado botín a su amo. Esa tarde fue fría, más de lo habitual. Y un fuerte viento remeció los árboles del jardín. La hermosa rosa no vio otro amanecer, no sintió otro rocío, no fue halagada por su belleza nunca más. 

Los pequeños hijos de la coneja esperaron a su madre, pero esta nunca regresó. Sin embargo, no se dejaron abatir y los hijos de sus hijos recuerdan con amor su nombre: Rosa.

Autora: Ratona De las calabazas.

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