Los vampiros literarios siempre son de dos tipos: horrendo o hermosos,
grotescos o seductores. Cuando yo me encontré cara a cara con uno tuve
la fortuna de que fuera del segundo tipo. Y lo libros tienen razón: los
ojos vampíricos son embriagadores, cuando algún ser de esta especie te
mira ya estás perdida. Sus movimientos son intrínsecamente sensuales, su
avance es casi felino. El contacto con su piel es cálido, acogedor,
incesante. Pero lo más encantador es su aura porque un vampiro te toma,
te aferra con tal intensidad que no te das cuenta cuando ya estás
rogando para que se alimente de ti, por ser uno mientras succiona tu vida
en un frenesí de excitación y descontrol.
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Sin embargo, lo mejor de todo es encontrarse a un vampiro como el que conocí yo, un vampiro humano, un vampiro vivo.
Autora: Ratona De las calabazas.
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